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Mensaje por Esme A. Cullen Sáb Jul 10, 2010 8:48 pm

A continuación se te dará una situación que será la clave de lo que deberás postear.
Publicarás solamente un post, puedes describir todo. Desde dialogos, aromas, sentimientos etc...Seran diez lineas como minimo.


La situación que vives en Volterra por las muertes inexplicables de los vampiros y humanos
Esme A. Cullen
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Cullen
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Casting Para Jane Empty Re: Casting Para Jane

Mensaje por Invitado Lun Jul 19, 2010 12:47 am

“Volaba alegre, surcando el cielo, desplegando sus blancas alas mientras planeaba con el único objetivo de surcar el firmamento con ese afán de libertad. El ambiente frío y gélido de la mañana entumecía sus músculos pero ella seguía batiendo las alas, alto, más alto…
Como una hoja de pergamino a la deriva, como el aroma a tinta recién impresa, como un estío sin calor o un verano sin frío, no obedecía más leyes que las suyas.
Las altas colinas se alzaban en el inmenso espacio, talladas con mimo en aquella piedra grisácea que tanto había observado acontecer en sus entrañas. El Lago, con sus lúgubres aguas, parecía despertar de su letargo a la vez que la vegetación a su alrededor, la cuál aún se encontraba en pleno esplendor.
Se dejó caer en picado a la vez que, sin premura, miraba hacia adelante, ojo avizor, observándolo todo con aquella mirada ambarina. Uno, dos, tres, de nuevo hacia el cielo, libre hasta el horizonte.

El día amanecía para una joven aldeana. La luz se filtraba a través de la pequeña ventana celada de su habitación, la cuál compartía con dos o tres de sus compañeras. Ella descansaba entre sábanas de un pulcro blanco y mantas de pigmento magenta, las que cubrían su camisón blanco, el cuál le había regalado su madre aquel verano. Parecía dormir plácidamente, encogida entre la múltiple ropa de alcoba, con sus cabellos casi dorados desperdigados por el lecho y sus intensos orbes pigmento garzo aún velados por el sueño. ¿Qué soñaba? Tan sólo Morfeo lo sabe.
El bufido de un ave en la ventana hizo que sus sentidos se agudizasen y como por arte de magia, sus orbes opalinos se fueron abriendo con cierto trabajo, ya que la claridad la deslumbraba en su totalidad. Nada más abrirlos tuvo que volver a entrecerrarlos y una vez estuvo acostumbrada, pudo mostrarlos al mundo un instante más, un minuto más; un día más.

Se revolvió entre las mantas al ser consciente de que una vez más su día volvía a empezar, dejando de notar poco a poco el tibio calor que le proporcionaban estas. Ningún ruido en la habitación; sus compañeras aún estarían durmiendo.
Se acurrucó un poco más y fijó su clara mirada en la luminosidad de la pequeña ventana, de donde había provenido el bufido que la había desvelado, aún era muy temprano a juzgar por la posición que tenía el Sol. Suspiró en silencio a la vez que se mordía con levedad el labio inferior, bajando un poco la mirada sin saber qué hacer o cómo sentirse, aún somnolienta y con cierta desorientación.

Se incorporó, las plantas de sus níveos pies contra el poco acogedor suelo de madera, que crujió casi al instante. Restregó su ojo derecho esperando no haber despertado a sus otras compañeras, las cuales parecían estar más que perdidas en los brazos de Morfeo. Se lo tomaba con calma; se quedó un momento sentada al borde de la cama mientras intentaba encontrar algo en lo que pensar. Era Sábado por la mañana, así que no tenían que asistir a clase y ya había dejado finados los deberes la tarde pasada; en definitiva, no tenía absolutamente nada que hacer.


Procurando no hacer ningún ruido, fue hacia el baño a pies juntillas, sin ninguna prisa.
Se dirigió directamente hacia el lavabo y dejó correr el agua fría, para poder despejarse del sopor que la cernía en una especie de trance somnoliento. Al contacto de esta, su piel se erizó y le recordó por un momento a cierto muchacho, pero a diferencia del líquido cristalino, era más bien una sensación cálida, que la hacía sentir una especie de revoloteo en el estómago y una extraña sensación de felicidad que ni ella misma sabía de dónde provenía. La única sensación de calidez.

Después de asearse un poco, volvió a la habitación para abrir su baúl y buscar algo de ropa por la que optar, pues el uniforme en fin de semana no era precisamente una opción. Así que se vistió una cofia y un delantal junto a su vestido de diario, para comenzar la labor.

Volvió a suspirar, cerrando el baúl y tomando su mendrugo de pan duro, el bocado del día a día.
Cruzó todas las habitaciones del Orfanato con mucho sigilo hasta llegar a las escaleras que la llevarían al recibidor. Había dos niñas nuevas las cuales a su paso parecieron sentir verdadero pavor, como todas. Sabían bien quien era ella.



Dio la vuelta a una esquina donde un retrato la miraba con desprecio y al fondo pudo ver la gran puerta de entrada, a la que se dirigía con todos sus bártulos.
El olor a pastel de calabaza se le quedó grabado en el cerebro al pasar cerca del Comedor de las monjas. Luego se colaría y lo compartiría con él.

Con cierto trabajo, abrió la puerta principal que la llevaría a los jardines, desde los cuales, cogería un atajo para llegar al famoso Lago.

Tomó el sendero por el cuál se llegaba a los Invernaderos, aunque aquella mañana no era precisamente su destino; Volvió a suspirar por segunda vez en la mañana, a la vez que era consciente de que estaba llegando al atajo y se desviaba, optando por un camino más frondoso y verde que el otro, además de más corto.

La brisa matutina mecía su cabello a la vez que la cartera comenzaba a pesarle, a veces no le impartía mucha confianza el estar sola mientras caminaba fuera del Orfanato, le daba la impresión de que le podría pasar algo en cualquier momento y eso no era precisamente…alentador que digamos.

Tardó cero coma en avistar el profundo y lúgubre Lago sobre el cuál revoloteaban algunas aves como lechuzas.

Pronto sintió la gravilla bajo sus pies y supo que había llegado. Tan sólo se oía el graznar e algunos cuervos y el silbido del viento al traspasar las ramas de los árboles con gracia. Se detuvo un instante a contemplar la magnificencia del panorama y poder observar que quizás estar a solas de vez en cuando no era tan malo, podía pensar y recapacitar sobre cosas que le acontecieran. Debería de hacer estas cosas más a menudo, ciertamente.

Buscó con la mirada algún lugar donde sentarse y al principio no lo halló, mas, buscando e indagando con más detenimiento, aquellos orbes opalinos descubrieron un tronco caído en el que podría sentarse sin ningún problema. Notando ya que su hombro izquierdo comenzaba a resentirse del peso que la cartera infundía sobre él, retomó su paso para retomar la tarea teórica que se había auto-impuesto nada más despertarse. Eran aún las siete, según el reloj de la sala, por lo que aún tenía al menos dos horas para llegar como toda alma del castillo, a las labores. Los fines de semana, les dejaban un poco más de libertad.

Así que cuando llegó al tronco, se descolgó la cartera y la posó con cuidado en el suelo, poniéndose de cuclillas junto a ella y abriéndola, para poder maniobrar con mayor facilidad. Se preguntaba si habría crisantemos, eran los favoritos de Alec…”

¿Buenos tiempos? Lo dudaba. Simplemente era un rincón de su mente que prefería apartar, como a un cadáver después de ser desechado, sin ningún valor vital ni etéreo. Esa parte mundana que la azotaba todas las jornadas con su látigo invisible ya no volvería después de tal instante, nunca jamás.
Injurias, penalidades, prejuicios…todas aquellas palabras la definían a ella; eso de ser buena samaritana a ella ni tan siquiera se le había pasado por la cabeza alguna vez. Cada día, su carácter fuerte y arácnido se afianzaba, se retorcía y enmarañaba como su alma; vendida a la eternidad tiempo ha.

Por ello todo lo que estaba ocurriendo no le hacía gracia alguna, si es que algo se lo hacía alguna vez. Era todo tan patético e insulso que hasta le producía náuseas imaginarias cuando su “padre”, Aro, les comunicaba las noticias una y otra vez. Desaparecían humanos y vampiros como si los campos de exterminio volviesen a relucir en todo su esplendor. ¿Y qué le pasaba a ella? Que le daba absolutamente lo mismo. Ya todo le daba francamente igual; mas no era por ella, su ser había dejado de existir hacía mucho tiempo, o quizás nunca existió. Aquello que se había hecho llamar Jane se dejó extinguir hacía mucho tiempo, nada más despertar en la verdadera realidad. Por ello, no luchaba por sí, si no por la lealtad.

Era a lo único que podía aferrarse a aquellas alturas; a su familia, a sus leyes y a su causa. El sentir cómo alguien se estremecía de dolor bajo su influencia la hacía sentir poderosa, como si nada pudiese más que ella en aquel instante. Quizás su parte mundana no se había extinto del todo y eso le crispaba los nervios. No quería volver a sentir ni a lucir una sonrisa en el rostro, tan sólo vagar por toda la eternidad como la vampiro que era. Y no precisamente una cualquiera, más bien LA vampiro.

Se acercaba la hora de la reunión y ella perdía la mirada en la ventana, aquella por la que vagaron sus pupilas carmesí por primera vez en esa segunda oportunidad…o nuevo infierno. Por un momento volvió a la infancia, en la que al observar los orbes de su hermano se encontraba casi en paz…como si no le importase más que su aceptación. Alzó la mirada, ya no había marcha atrás. Aquel día, nada importaba más que el sufrimiento.
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